Atardecer mortecino.
En el salón
en vez de lámpara
oscilaba
un fétido nido
arácnido.
Era mi casa
mi arrasada casa.
El abejorro
se debatía
festín y víctima.
Televisión apagada.
En brazos la niña.
Incauto avanzaba
a la ventana cerrada.
Mientras, la tarántula
abandonaba su presa
descendía rauda
por la montaña de ropa
y me buscaba sedienta
esquivando
obstáculos.
Yo era su presa
y mi sangre
su ponzoña.
Su extraña inteligencia me asustaba
preguntándome
cómo haría
para matarla y
para no matarla.
Tan bello
ser horrendo...
imposible tender la mano.
En el salón
en vez de lámpara
oscilaba
un fétido nido
arácnido.
Era mi casa
mi arrasada casa.
El abejorro
se debatía
festín y víctima.
Televisión apagada.
En brazos la niña.
Incauto avanzaba
a la ventana cerrada.
Mientras, la tarántula
abandonaba su presa
descendía rauda
por la montaña de ropa
y me buscaba sedienta
esquivando
obstáculos.
Yo era su presa
y mi sangre
su ponzoña.
Su extraña inteligencia me asustaba
preguntándome
cómo haría
para matarla y
para no matarla.
Tan bello
ser horrendo...
imposible tender la mano.